A la poesía como al amor: «Corona & Coronilla» de Paul Valéry

 

Paul Valéry and Jeanne Loviton

Paul Valéry & Jeanne Loviton

 

Es ist Zeit, daß es Zeit wird.

Corona. Paul Celan

 

Les Promesses

Bernard de Fallois nos cuenta sobre un joven que a los veinte años renuncia a dos de sus pasiones: el amor y la poesía: Génova. Finales del siglo XIX. Un joven de ojos azules levanta su voz ante las pasiones suicidas que le obligan a reconsiderar su existencia. Es imposible soportar el peso de alguna de ellas sobre su alma. Decide amputarlas con la consciencia de nunca las volverá a sentir: el amor es indigno de él y él es indigno de la poesía.

Sin embargo, toda promesa se hace para ser destrozada por las furias del destino, quienes vestidas de los más dulces perfumes abrazan al poeta y le dan a beber un veneno que mata lentamente, pero apaga esa sed que desde tiempos prenatales tenía.

En el caso que nos ocupa, nuestro poeta no podía sentir o vivir las cosas a medias. Por eso existen esas dos renuncias, por eso estas pasiones lo llevan a extremos que impresionan, transforman un destino que muy bien pudo haber quedado en los anales del olvido sino fuera por las consecuencias de los pequeños juegos de los hados.

 

La poésie

La Joven Parca y El Cementerio Marino son dos poemas que impresionan por su claridad cegadora. Basta decir que su autor, Paul Valéry, se ensaña en coronar con tintes de perfección sus versos. Esta será la primera infracción, como la titula Fallois, que abra la puerta para que el destino redirija los cauces de quien había creado una trinchera con sacos llenos de razón y templanza.

Fue en 1912, veinte años después de las promesas de romper del todo con la creación poética y el amor. El instigador es André Gide, quien reconoce la capacidad intelectual de Valéry y sabe de algunos poemas de juventud que fueron escritos por este crítico que únicamente  ha publicado un estudio sobre Leonardo Da Vinci, La Soiré avec M. Teste y un tratado sobre economía de mercado en Alemania.

Sin embargo, no será sino hasta la intervención de Gaston Gallimard que Valéry se comprometa a trabajar mediante contrato en la Joven Parca, para terminarla cinco años más tarde, pues la pequeña obra que había planeado, unos cincuenta versos, se había convertido en un extenso poema de quinientos. El éxito fue apabullante. Empero, el genio de este poeta se mantenía impasible ante una obra nacida de su intelecto.

Hay que añadir que la propuesta de Gide sólo dio como resultado un cuadernillo donde imprimió los poemas jóvenes de Valéry más su poema magistral: El Cementerio Marino. La fábrica de verso se cerró después de estas dos obras monumentales. La razón no se solaza en crear, sino en apreciar lo artístico.

Al parecer, nuestro poeta se entrega a los frutos de la fama, a las reuniones de salón y las pláticas aburridas con el ánimo de quien cree apropiarse de algo que le pertenece, pero es sólo una consecuencia de un calculado uso de su razón creativa y una inspiración, que según este grande poeta, no existe. Así, Paul Valéry seguirá el destino del poeta admirado por ser la inteligencia misma creando poemas a cuentagotas, pero de una calidad estilística impresionante, insuperable.

 

L’amour

Con la fama siempre llegan las mujeres. Incluso los hombres más ególatras, misántropos y aburridos vuelven su rostro a las admiradoras que se ofrecen como carneros ante el sacrificio de un dios. Empero, todo es una satisfacción de sentidos, incluso para aquellos que creen en el amor.

A Paul Valéry le llegó su turno. Sin embargo, este poeta sabía muy bien del cuerpo y sus razones, sus comportamientos un tanto aburridos y monótonos que sólo buscaban satisfacer una necesidad que no iba más allá de los fluidos.

Así encontrará en su camino a Catherine Pozzi, Renée Vauthier y Émilie Noulet, todas bajo el signo del fracaso debido a su enfriamiento, rechazo y tibieza, respectivamente. No será sino hasta que sea salvado de la insolación por un velero (Voilier) que empiece a nadar en nuevos mares, junto a una costa que le haga creer que ha llegado a tierras nunca antes conocidas y de las cuales tiene que dejar por escrito sus vivencias.

Es en 1938 cuando Jeanne Loviton, quien firmaba sus libros como Jean Voilier, será el amor acogido que al parecer el poeta andaba buscando. Sin embargo, es un poco tarde: él tiene 67; ella, 35. Esto no impide que en los próximos siete años se desarrolle una relación dominical que le ofrezca a nuestro poeta experiencias nunca antes sentidas, además de un catálogo de versos único en la lengua francesa y en la herencia literaria mundial: Corona & Coronilla.

Ambos poemarios arman un andamiaje de sentimientos y sensaciones que nos llevan a distinguir lo que es amar con el alma, el espíritu y un raciocinio muy consciente de lo que cada palabra significa. Desde Petrarca no se ha tenido un testimonio del amor en ambos planos, sensorial y del espíritu, una apuesta por la forma y fondo para cantar al objeto amado, los momentos compartidos, las ilusiones que como un tibio aguacero nos mojan las esperanzas.

Corona, como supuestamente se llamaba una amante de Goethe, es el título que lleva el primero de los poemarios. Son los versos de más alto calibre, los que engloban temas como la unión espiritual, la añoranza por el objeto que no se tiene, la ruptura que viene a derrumbar todo lo que se creía construido a través del amor. Esta Corona tiene la semejanza de las típicas coronas florales que se ofrecen a los difuntos en México: su belleza aún nos recuerda todo lo vivido, todo lo arrebatado por la muerte y que no nos puede ser devuelto.

Coronilla, así, en español, nos ofrece un panorama más humano con sus temas sobre el deseo, la unión sexual y el pensamiento que se fuga para restregar deseos ante las ausencias a que Jeanne Loviton somete a nuestro poeta. En ellos el poeta nos muestra que no sabe si bendecir a los dioses / o maldecir el don que convierte en odiosos / los días por vivir de [su] tu vida exiliado.

 

Le destin

En mayo de 1945, Jeanne Loviton acudió un domingo más a las citas que desde hace más de siete años mantenía con Paul Valéry. Sin embargo, esta vez fue la última, pues fue a confesarle que se casaba con otro. El poeta no pudo soportar más de dos meses esta pena, o esto es lo que muchos suponemos. Murió el 20 de julio de 1945 con la historia de estos poemas al parecer oculta al igual que sus amores con aquella mujer.

Jeanne se quedó con los manuscritos de ambos poemarios. Los vendió por falta de dinero: Corona en 1979, en el Hotel Druout; Coronilla en 1982, en Mónaco. Sin embargo, no es sino hasta el año 2008 cuando estos poemarios ven la luz ante un público amplio que desconocía hasta ese momento que el escritor tan admirado por su pulcritud poética, su manejo racional del tema y el ritmo, tenía también un corazón que sentía y podía dar frutos amorosos en forma de poemas con todas las reglas de la poesía, aunado a esto un sentimiento de reconciliación que hiciera que el tema monótono del Amor reaparezca, se haga oír en la octava superior.

Quizá la experiencia del sentir el amor proporcionó a nuestro poeta todas las armas que le hacían falta para entender el fondo del mismo y así anudarlo a la forma de la poesía que tanto conocía, de la cual se preciaba ser un connaisseur que a nadie se podía comparar.

Sin embargo, sólo versos quedan de una existencia que al inicio de su juventud se negó a estos dos altos cálices de la vida: la creación poética y el amor como fuente de vida y sensación. Fue bueno que se entregara  a la poesía como al amor. Lamentablemente, de esas entregas nadie sale con vida, aunque sí su imagen, ejemplo o creación.